¿Dejarías que te defendiera en un juicio un abogado que no ha estudiado derecho? ¿Dejarías que te operara un traumatólogo que no haya estudiado la carrera de medicina? Entonces, ¿por qué algunos dejan que les entrene alguien que ha hecho un cursillo de dos semanas en el mejor de los casos y se autodenomina “experto en nutrición y entrenamiento?” El término experticia implica miles de horas de aprendizaje y bastante dinero empleado en la formación: grado universitario, máster, doctorado, asistencia a congresos nacionales e internacionales, compra de material para realizar estudios científicos, otros títulos no oficiales y un largo etcétera. Formación que debe ser constante porque la fisiología del ejercicio y la nutrición deportiva son disciplinas en desarrollo y altamente científicas. ¿De verdad creéis que alguien que no se ha molestado ni en formarse mínimamente para la profesión a la que se quiere dedicar va a estar actualizado al respecto de las últimas novedades en la ciencia del entrenamiento para poder aplicarlas y ofreceros un mejor servicio? Las universidades no garantizan el conocimiento adecuado pero al menos suponen un filtro mínimo para discriminar entre aquel que domina aunque sea un poquito las bases de su materia. Ante la duda, os recomiendo que pidáis el número de colegiado del profesional, alguien que no tenga formación superior no podrá colegiarse y por tanto no os lo dará.
¿Por qué digo todo esto? Porque todos los meses me llegan varios casos como el que aquí presento: las imágenes del artículo son las fotos que me manda, a petición mía, un corredor de categoría élite que empecé a entrenar hace una semana y que comenzó de inmediato a aplicar mis recomendaciones dietéticas para su caso. Me manda las fotos para vigilar lo que come porque me llevé las manos a la cabeza tras echar un vistazo rápido al análisis nutricional que le hice. Tras dos años entrenando con un pseudoentrenador bastante famoso, iba camino directo a la diabetes tipo 2 y al síndrome metabólico por seguir los consejos nutricionales de su “experto”. Esto combinado con una planificación del entrenamiento sin ningún tipo de sentido ni ciencia detrás (entrenos de 6 horas de duración para hacer volumen, para alguien que compite en la categoría élite), hizo que su rendimiento no sólo se estancara sino que empeorara a lo largo del tiempo. Para su suerte, finalmente se dio cuenta de que algo no cuadraba en los servicios que obtenía y buscó una segunda opinión.
No todos tienen la misma suerte. Muchos deportistas aficionados renuncian a la idea de tener un entrenador tras una mala primera experiencia como la que os comento. Por tanto, este tipo de “expertos” lo único que consiguen es dañar a la profesión, desprestigiándola con su mala praxis. Y, lo que me parece peor aún, dañando ya no el rendimiento sino la salud de sus clientes.
Por suerte, la paulatina entrada de la nueva ley del deporte va a acabar poco a poco con este tipo de mala praxis ya que los colegios profesionales van a comenzar a denunciar a todo aquel que se haga pasar por entrenador sin estar formado para ello. Hasta entonces, basta ya de pseudoprofesionales que juegan con la ilusión y el dinero de sus clientes.
Sebastian Sitko
Máster en alto rendimiento por el Comité Olímpico Francés, Graduado en Ciencias del Deporte, Entrenador Nacional de Ciclismo, Triatlón y Atletismo y entrenador oficial del Colegio Americano de Medicina del Deporte.
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