Mi último artículo, que versaba sobre la gestión de las expectativas en el deportista, supuso un baño de realidad para muchos de mis lectores a tenor de las varias decenas de e-mails que recibí en los días posteriores a su publicación. Entre los aspectos claves del artículo destaqué la responsabilidad que tenían los propios entrenadores por vender la moto al deportista, no tener capacidad de autocrítica para cuestionar su propia capacidad o dejar de lado cualquier reflexión basada en el realismo con tal de ganar un nuevo cliente. Esto conllevaba la aparición de numerosos deportistas aficionados frustrados con sus prestaciones y que pasaban de entrenador en entrenador buscando ese rendimiento que siempre se les prometía y nunca llegaba. ¿Por qué recuerdo aquí y ahora este artículo? Porque en el de hoy voy a presentar la otra cara de la moneda, la que muestra lo que puede llegar a conseguirse gracias al trabajo de un entrenador comprometido incluso en un caso que no despertaba demasiado optimismo, caso que presentaré a continuación tras una breve reflexión.
El término entrenador, tal como se entiende hoy en día en Europa, nunca me ha entusiasmado. A pesar de que la importación del anglicismo “coaching” al castellano o francés me parece una pijotada, el término utilizado al otro lado del charco para designar aparentemente el mismo rol me atrae mucho más. ¿Por qué? Simplemente porque conlleva intrínseco el concepto de “acompañamiento” al margen del “entrenamiento”. Muchos lectores se preguntarán si realmente tiene tanta importancia este juego de palabras. Para mí, la respuesta es un sí rotundo: La diferencia entre un mero preparador físico y alguien que se preocupa por todos los aspectos de la vida ligados al rendimiento es extraordinaria. El rendimiento es un resultado, un fin que se consigue a base de optimizar diversos factores entre los que la preparación física supone una parte importante pero no única del éxito. Seguro que tras leer sobre el caso que aquí les presento esta idea les será mucho más obvia.
El protagonista del caso me contactó a principios de marzo de 2019. Se dedica a competir en pruebas de ámbito nacional de BTT modalidad maratón y acudió a mí para dar un salto de calidad en su rendimiento. Tras una relación de 4 años acababa de prescindir de los servicios de su preparador físico (un archiconocido pseudoentrenador/intruso) por estar estancado en sus prestaciones. Con 38 años de edad y tras casi media temporada realizada con otro “entrenador” no me hizo mucha ilusión comprometerme con él, tal como le anticipé. No obstante, como observé fallos monumentales no sólo en su preparación física sino también en la nutrición y composición corporal, le manifesté que podíamos intentarlo porque aunque esta primera temporada resultaría en un apaño, en la siguiente la mejora estaba poco menos que garantizada. Para mi sorpresa, la primera semana trabajando juntos rompió mis esquemas. El feedback diario que recibía del deportista resultaba en un promedio de 1 a 3 horas de sueño diarias, y de baja calidad. Mis alarmas se encendieron cuando a esto se le sumaron unos altos niveles de ansiedad y la enorme frustración que manifestó el deportista por no cumplir uno de los primeros entrenos de la semana. Al hablar por teléfono, el ciclista me confesó que llevaba cuatro años con problemas crónicos de insomnio y medicado con benzodiacepinas, además de altos niveles de ansiedad por cumplir sus objetivos y mejorar. Mi estrategia consistió en abordar el caso por múltiples flancos a la vez: en primer lugar eliminando todos los psicoestimulantes pautados por su ex-preparador, proporcionando pautas cuando el deportista no podía conciliar el sueño, cambiando el horario de sus entrenos y su intensidad hasta que su situación se estabilizara, introduciendo una pauta de suplementación adecuada y contactando con su médico para homogeneizar la estrategia de cara a abandonar las benzo, que en ningún caso deberían ser tomadas durante tanto tiempo. En último lugar, y no menos importante, a lo largo del primer mes tuve diversas charlas “motivacionales” con el deportista, algo que puede sonar muy cursi pero que ayudó al replanteamiento de su relación con el deporte, que poco a poco se desligó de la búsqueda de resultados y se enfocó más en disfrutar de cada sesión de entrenamiento. Tras dos meses francamente duros en los que llegué a pensar que no lo conseguiríamos, los efectos positivos comenzaron llegando poco a poco: las benzos pasaron a ser historia, la esofagitis crónica causada por la cafeína también y el deportista comenzó a reportar 6 a 6 horas y media de sueño de calidad y un mucho mejor humor durante el día. A partir del tercer mes, con todos los limitantes anteriores bien atados, pudimos centrarnos en entrenar, comer y descansar correctamente. Los resultados, para mi grata sorpresa, fueron espectaculares y se muestran en la siguiente imágen del WKO5 del deportista:
La imagen habla por sí sola: 300w de ganancia en la potencia máxima de sprint, 40w de ganancia en el FTP asociados a una pérdida de peso de 2kg de masa grasa (4,15 a 5w/kg) y un VO2max que pasó de 65 a 72 ml/kg/min en tan solo 4 meses, un dato apabullante teniendo en cuenta la edad del deportista. Tras 4 años rondando la mitad de la tabla de las pruebas en las que participaba, estos datos fructificaron en una victoria y tres podios para asombro tanto del entrenador como del entrenado. Dejando a un lado la grata sorpresa que me he llevado con una mejora que no anticipé de una manera tan generosa y volviendo al inicio del artículo, lo cierto es que creo que este ejemplo es un perfecto reflejo de la diferencia que hay entre un “coach” y un preparador físico. Alguien que se hubiera limitado a poner los entrenos en TrainingPeaks y revisar que se han realizado, como cabe esperar del concepto de “entrenador” que existe en Europa, nunca se hubiera percatado ni interesado por los diversos limitantes del rendimiento que afectaban a este deportista.
Mis reflexiones relacionadas con este artículo son bastante claras: La primera es que los verdaderos expertos en entrenamiento no se pelean por publicar en la Ciclismo a Fondo, lo hacen por publicar en revistas científicas. Por desgracia, de cara al gran público es la primera la que tiene más impacto y, aparentemente, prestigio. A nadie se le ocurre ponerse en manos de un abogado, médico o piloto de avión no titulado. Curiosamente, en el campo de la nutrición, el entrenamiento y la fisioterapia proliferan los pseudoprofesionales, que pueden tener efectos desastrosos no sólo sobre el rendimiento sino sobre la salud. Valoren, por favor, la formación de la persona en la que depositan su confianza. La segunda reflexión va encaminada al propio deportista. Si de verdad alguien cree que por el precio que cuesta una cita de 45 minutos con un fisio de calidad un profesional del entrenamiento le va a dedicar varias horas de su tiempo y conocimiento semanal, es que es muy iluso. Un entrenador personal, en el sentido estricto y original de la palabra, cuesta lo que vale. La tercera y última reflexión, a tenor de mi experiencia, puede ser utilizada por muchos deportistas aficionados: En el caso que aquí les presento, el deportista dejó de obsesionarse con hacer el puesto X o mover Y vatios y comenzó a disfrutar de la bicicleta sacando satisfacción de cada sesión de entrenamiento. Curiosamente, cuando lo hizo, el puesto X mejoró y los vatios Y aumentaron. Piensen sobre ello.
Sebastian Sitko
Máster en alto rendimiento por el Comité Olímpico Francés, Graduado en Ciencias del Deporte, Entrenador Nacional de Ciclismo, Triatlón y Atletismo y entrenador oficial del Colegio Americano de Medicina del Deporte.
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Comentarios: 1
Disfrutar con lo que se hace, sea entrenando o compitiendo, da rendimiento. El factor motivacional de un entrenador con su pupilo ,sin duda, hace que el entrenado lo dé todo. Te comprometes mucho más con alguien que sabes que se interesa por sacar lo mejor de ti de forma honesta. El gran éxito de los “pseudo-entrenadores” es la ignorancia de sus seguidores.